viernes, 7 de noviembre de 2014

Placer gracias a Fontanarrosa, en la biblioteca, sed, parecido a ocupar sillones en medio de las semanas cuando nadie recomienda soltar las articulaciones. Luego, de golpe, llegar no a los lugares sino a los olores de esos almacenes de antaño, donde la verdura era más que los abarrotes. Las figuras canjeables de las empresas heladeras, flotan al menos un instante en este cerebro, aferrado si de aferrarse hablamos. Lo que hacían los gobernantes del mundo en esos meses, tampoco después hubo muchos que se lo preguntaran, ni militares ni civiles supongo. Habría que admitir también para ellos la conexión maravillosa de los recuerdos. Habría que ver la cabellera propia como bella por el viento al menos una vez. Quizás es verdad eso de que se nace varias veces, al menos en la sensación. Nadie cree en esas frases, pues las asienten, como fotos en la nieve de alguien antes que le conozcamos. Pienso en la alegría que siempre vuelve, es llamativa esa facilidad de tantos para vivir. Como si el asunto de toda esta especie de tránsito fuera universal y no sólo psicológico. Desear ver el río e ir altiro a verlo, ese tipo de efecto, esa disposición de la propia vida, en apariencia tan limitada a ratos, querer ver el río e ir a ver al río.