martes, 13 de septiembre de 2016

Esas profesiones donde las personas se vuelven decrépitas, pero de una decrepitud sufrida por el exceso de contacto humano, ¿todos lo ven? Demasiada interacción, interminables frases para luego llegar a desear el silencio y la quietud total, no es abstracto, la gente se diferencia, mucho, mucho ahí. No puedo decir que en ese trance se parezcan, no, se diferencian, y están los que se salvan y relucen si lo notas, hazlo a la pasada, sirve. Un dolor insólito de espalda y puedes replantear al menos un par de asuntos de la semana o pensar realmente en la vejez (¡los viejos se desplazan con dolores!). Ver esto: los árboles que rodean los ventanales de los edificios, inmóviles, donan tiempo. No quiero atribuirle características al Universo, más si al mismo tiempo el filósofo escribió con una emoción casi mineral: "¿de qué serás capaz?" Oh, "¿vivirás de acuerdo contigo mismo?", ¿o falta aún para eso? Ah... Sin anestesia, sin los dispositivos y sin parches, con la noche encima. Sin la distracción que otorga el viento. Notar, los libros de los grandes terminan en las tiendas abandonadas del centro de la ciudad. Se venden y no se venden, las vitrinas están oscurecidas o tapadas por otros libros menos turbulentos. La psicología del librero, como toda psicología, acepta ser desenfundada en trances dirigidos y casi metódicos. El síndrome del psicólogo que no quiere emocionarse. Tardes similares a ésta: no nos hemos esforzado, no hemos claudicado, árboles que no son pasados por alto, ramas, éstas y no otras hojas.