jueves, 1 de junio de 2017

¿Sabía realmente el filósofo recalcitrante dónde se encontraba? ¿Tocaba sus manos estiradas al sol sabiendo, la roca donde fijaba su nuca y las ideas sobre el norte de África? El filósofo que predijo un terremoto y el otro que preparándose para morir arrojó un papiro al interior del templo llamado de Artemisa, se abrieron paso en el polvo suspendido y hoy están aquí en las mentes traspasadas de granito molido. Elogio de la filosofía, burla de ella, descaro mental, pagadera de salarios, ya es costumbre. El rostro infantil de cada uno de nosotros preparándonos para su prematuro y risible aprendizaje, mil flojeras y una tenacidad espesa. ¿Dónde fue el filósofo tras la taberna del que un día salió sobrio? Multiplicidad ilimitada de la idea sobre "el primer cuerdo entre tanto borracho"... Desaparecen los cineastas, las muchachas sin rostro. Aparecen los hipódromos, los hijos exuberantes. Los escritorios muy pulcros no son buenos augurios. ¿Cómo fue venerado aquel que habló del ciudadano Weston, el otro que no habló de Surrealismo, pero sí de negritud? Es un formato donde se usa las palabras de manera exagerada, mientras los Daniel de la Vega de Chile sonreían escondidos en las chacras de San Miguel, miraban coligues sin conclusión alguna, la manera en que se secan. Es un texto preparatorio, un buen y viejo borrador que nunca tenemos ganas de buscar, un sábado completo donde la niñez de nuevo se hizo consciente, lenta, sin fin, con la televisión y La Confianza. El mundo prevaleció y prevalecieron los lugares que ahora de adultos revisitamos pensando en que nunca nos preparamos para nada en absoluto. Y así salió esto y lo otro, para mejor, para seguir, en lo que parece un lema inerte. Pero no lo es, no.