A veces para estar perfectamente triste, es necesario prepararse.
Bañarse, esperar, no estar perfumado sino intermedio, comer relativamente liviano (sin exagerar).
Triste, no desesperado, ojo.
Hay tantos ejemplos, pero no hay que nombrar los ejemplos.
No hay que confiar en esa rutina, hay que aventurarse solo en la calma y en la aridez.
Si uno efectivamente se aventura, entonces se da cuenta que hay pocas cosas que necesitan ser dichas.
Pocas, pocas... bueno, no tan pocas, no muchas.
Casi todo está ya en los títulos.
Muchas veces un restoran o un poema son su título, su nombre.
El resto son acomodaciones.
Eso provoca el problema de poder alcanzar a respirar antes del fin.
Pero aquello se remedia con la posibilidad de repetir muchísimas veces el trozo, la página.
Es bueno eso. Volver y repasar mil veces algo.
Alguna vez regrabé la misma sola canción por los dos lados de un caset de una hora.
Eran tiempos más modestos que los actuales.
Espero que no se crea que estaba o estoy loco al revelar este terrible secreto.
Necesitaba convencerme del mensaje de esa canción, tenía un caset bailando de sobra, ahí hay al menos dos razones.
En ese sentido, la repetición exigía producirse decenas de veces y ella constituía un nuevo esquema, si se quiere, emocional... artístico, artrítico.
La brevedad, una vez que se adopta, se suaviza con la repetición.
Punto por hoy.
PS. Habría que relacionar a Chet Baker con... Alfonso Alcalde, por ejemplo.
Braulio Musso