jueves, 18 de abril de 2019

La vida arruina lo que podría escribirse y se ríe a carcajadas de lo escrito. Había, hay un poema de un poeta cómico de este país que cultivaba de manera voluntaria la rabia, un poema sobre por qué escribía. Habría que pagarle con la misma moneda y no escribir, no referirse sobre todos los aspectos envueltos en no escribir; son muchos, ganan, dejan helado, caliente, un poco quieto, un tanto revolcado. No recuerdo por qué el poeta neurótico decía que escribía, no quiero consultarlo de nuevo, nunca más. Al menos era poeta, nadie podría retirarle eso. Pero hay que decirle... por ejemplo... que... no, nada, que está bien. Mejor esto... Del lado de los buenos, de los que nos emocionan, hay muchos, por ejemplo Italo Calvino. Con él bastaría, él vivió y dijo un par de cosas, y qué manera de identificar la suerte con la vida, los libros con la tristeza radiante. ¡Qué compacta manera de sacar algo desde dentro y creer en el conjunto, qué armonía desolada! Así, no se trata de cuidar la vida para que coincida con el arte o que el arte se explique, no, no tiene caso, no es eso. Algunos podrían lamentarse, pero de lo que se trata es de detener el arte para que siga, después, quizás, tal vez luego, tal vez no. No tenemos más, al menos los que decimos "nosotros", escondidas algunas cosas lejos de nuestras narices. Detener la escritura para que siga. Confiar, desconfiar, confiar en el y los finales. Acariciar el telón, mirarlo y silencio.