domingo, 29 de diciembre de 2019

Padre, madre:
El olor a lacrimógena… sé que no sigue en mis narices ni en mis ojos, pero rebrota en el organismo y es la muerte.
Hoy murió también un escritor de ochenta y cinco años.
Clotario Blest echaba de su lado a los sindicalistas que tenían familia porque tener familia es estar obligado a ganar. Pero ¿qué clase de derrota vive el que no cree en ganar y perder?
Este levantamiento del pueblo chileno este octubre no tiene que ganar, ya existiendo es el miedo de los asesinos, es la ruina total de sus vidas reales y para nosotros es el peligro máximo porque no tener miedo es peligroso.
Me calaron la memoria esas palabras del otro día sobre la pasión y su conducción en vistas de la vida y sus exigencias económicas… Me mantienen unidos a ustedes, como siempre, pero me distancian en el dolor del calibre de las experiencias disímiles que la vida se negará siempre a juntar.
Estoy satisfecho de mí y sé que es una satisfacción tan poderosa y quieta que se manifiesta en inconveniencias. Tantos han muerto asesinados, yo no he recibido ni un rasguño.
Me dieron mucho, les preocupo, pero si buscan en su corazón no les he causado decepción, me relaciono con ustedes de manera eterna cada segundo, por eso no nos enfermamos, hasta el momento.
No puedo sacarme la sensación nasal de las lacrimógenas, quemaron el cine donde una vez fuimos con tía Cristina, El Último Emperador un día de semana que sigue vivo en mí y quizás en ella.
Son facetas espirituales, las lacrimógenas de estos dos meses han probado las respiraciones, las cajas toráxicas, la solidaridad más real que he alcanzado a vivir.
Necesariamente uno descuida lo que veía antes como próximo, creo que es natural, los defectos crecen si alguien pide examinar desde fuera el proceso vital que lleva a oponerse al robo, asesinato, la violencia estatal, etc…
No hagan muecas, ya no temo repetir los tópicos.
Esta crisis prueba que la inteligencia querrá pavonearse en un mundo de pollos estrangulados y asados.
Voy a parar ahora. Papás, los amo, las lacrimógenas son la muerte regalada por gente que no sabe de compuestos químicos.
Si lloran por sus familias, nadie lo sabe.
No es solamente una cuestión de cultura escuchar a Leonard Cohen por ejemplo, pero no sé explicarlo, no me interesa aunque lo nombre como hecho.
Lamento no tener objetivos económicos si no como arranques fugaces que no fortalecen huesos.
No creo que esa derrota me haga ganar en otros aspectos, pero es más sólido, más establecido, como toda una vida sin dirección porque es vida y nada más, ninguna vida ejemplar, no, pero…
En fin, eso, los amo.

sábado, 30 de noviembre de 2019

En los sesentas donde las masas ascendieron y manotearon la palanca del poder, una queja recurrente del intelectual consistía en criticar la ideologización de la cultura. En términos de ejercicio racional, lo tosco de la politización de las ideas atenta contra el necesario desapego y distancia del que debe pensar como oficio. Algunos se oponen a ese momento revolucionario y quedan, de manera justa o no, en el lado reaccionario. Otros se suman a la revolución y ensayan practicar las ideas. Un tercer grupo más fragmentado y quizás más interesante (porque es más fluctuante e inestable que los anteriores), busca seguir con su rutina intelectual, a veces con éxito, otras con impaciencia (¿Jorge Millas? Quien por cierto hablaba más que del intelectual, del deber intelectual).
Lo que me interesa es que en este ambiente revolucionario de hoy día 2019 Chile, creo que la rutina laboral del intelectual pasa a segundo o tercer lugar. Ciertamente ya no hay ideología en su manera sesentera. Por eso tal vez el primer lugar del intelectual (del que trabaja con la cabeza) y su labor hoy en Chile es mirar, percibir, habitar los lugares de la revuelta, registrarla, balbucearla, nombrar algunas direcciones, fechas, recuerdos, escuchar, alejarse, volver al sitio más cercano del hecho incómodo de las calles vivas. Ser casi anónimo, uno más, medio callado, emocionado. Está entre el que hace y el que mira, está a ratos a un costado y a ratos al medio, en el medio campo. Emocionado, porque si no está emocionado, ¿para qué va a estar cerca de lo que está pasando? La revuelta o te emociona o te deja helado. Más que pensar, mirar y recordar. Más que columnas, referencias.
Los libros, es verdad, algún día serán retomados, en todo caso no han sido olvidados, son referencias no de pensamiento, de recuerdo. Los libros esperan, pero hoy el registro de los gritos del pueblo contradictorio son el silencio del que registra y anota con lápices simples o en computadores ya desfasados.

jueves, 17 de octubre de 2019

En Memoria de Carlos Campos Pino.

En el velorio escucho que la muerte no es nada.
Sí es algo por supuesto señor monje, la muerte existe tal como la vida, se turnan, nos raspan, nos necesitan.
Hay semanas en que nos corta el paso de manera atroz, nos revienta la cabeza, muerte, sí que existes, maldita aduladora del universo.
Impasibles aprendemos a odiarla tratando de no olvidar el velo mental que engaña.
Y no es en vano ese contacto, va quedando el sedimento definitivo, silencio, silencio del Tiempo,
en unos más, en otros menos; pequeñas comprensiones que caen como bolsitas abiertas sin nada dentro.
Hubo huellas que sólo podrían haber sido inspeccionadas si se viviera con pinzas, y decir deteniendo todo, un sábado a las dos
o un domingo a las cinco, o un lunes al mediodía o un martes a las diez
o un miércoles a cualquier hora y el jueves y el viernes desolado:
todos estos ahora aquí reunidos te acompañan siempre, gente que existe y te conoce y estima y desconoce, ¿sientes algún tipo de fuerza en estos momentos?
Pero no, no se vive así. Cada uno por su cuenta...
suponemos que cada uno se encuentra haciendo lo que él mismo ha posibilitado en una elección
de poderío, suponiendo que los demás están igual o mejor que nosotros...
¡Qué equivocados pensamos quietos en esa tolerancia!
Pensamos que no nos subordinamos y que el resto menos...
En el velorio de mi buen amigo desconocido a rabiar, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, mil veces en este teclado maldito...
el monje dijo sí, también, con voz baja... Somos caminantes, peregrinos...
lo escuchamos en las salas de básica del colegio religioso, tantas veces que aún puedo ver las caras...
pero sólo lo escuchábamos, sólo oíamos, no sabíamos... yo al menos no presentía
la cuesta irremontable de la vida, que no sabemos subir,
que no aceptamos bajar salvo algunos locos entre nosotros, con vidas distintas, discretas, despojadas, tranquilas,
tan distintas que sólo pueden y deben explotar para quizás ser algo un lunes para el resto, o un jueves.
Y alguno puede siempre pensar que todo sigue igual y que nos olvidamos.
Humilde, obstinado y herido digo no. No seguimos igual ni mucho menos.
Odiadores de los demás: sepan que no, no sigue igual nada, nunca.
Y no hay olvido, ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ni qué ocho cuartos!!!!!!!!!!!!!!

jueves, 26 de septiembre de 2019

Es por hoy.

Es por hoy que caminaré a la hora donde algunos sacan a sus mascotas/
con olor de comida en la ropa, lo que se cocinó/
nada muy nuevo ni claro la verdad.
/El cloro de las noches de las carreteras del mundo sigue acompañando/
los autos vistos desde hoteles/
que se embellecen si los vives/
igual que los peinados con franjas de pelo menos.
/Luz sobre las murallas, no es una advertencia/
en el primer y el segundo día después de conversar de noche/
dirigiendo la ciudad el silencio del depósito de fábrica/
los teléfonos pesan tal piedras negras y pulidas./
Chocaremos o estaremos a metros en la vereda oscura/
para no dejar nunca que un final nos engañe/
por pudor frente a la vida y a la muerte.




jueves, 11 de julio de 2019

Cinco años de edad, día soleado, ha muerto mi abuelo, 1983. Me lo indica también el hecho de que hay gente en el salón de la casa un día de semana. El dato crudo del desmayo de mi madre, las puertas de la casa se vuelven más reales, no hay desesperación. Mi padre ha ido antes a sacarme al colegio, el interior del auto parece una guarida en comparación a las casas y objetos corridos por el movimiento, Fiat 147 beige. Se vuelve largo el trecho desde la bajada del auto hasta la baja reja del jardín. Vasos en las manos de las personas, palabras en voz baja, un recogimiento y un estupor verdadero, simple; trajes. Mi hermano había nacido ese año, no alcanzamos a mentalizar a Jorge, el papá de mi papá; yo lo viví desde lo emocional y él desde lo corporal. Su tumba luego, con una inscripción de Tagore, tomada desde las frases que Jorge anotaba. Más tarde aún había diarios, hojas con su letra, frases que le llamaban, en la casa donde vivió, Cerrillos, Divino Maestro. En las fotos no sé cómo describir o deducir su actitud. Me quiso, lo recuerdo cuando caen los días malos y la calma no nos traiciona. Recuerdo querer que reviviera, había sol y dictadura. "Soñé que la vida era felicidad. Desperté y vi que la vida no era más que servir… y sirviendo soy feliz". Tagore
Claro que la amabilidad provoca esperanza... la amabilidad no como señuelo. Solo cuando el pasado es demasiado se reivindica el presente, esa ilusión humana. Veraneamos y vuelven también los techos de esas casas, Quintero. Son muy correctas estas dos opiniones: el mundo ha estado equivocado y el mundo no ha estado tan equivocado. Al fin de todos estos gestos, escribir no es más que una exigencia personal. Se habla comparando los inviernos con conocidos que no conocemos. Alguien se felicitó en el mostrador del almacén de tener toda la música de Elvis Presley en su teléfono. Y lo felicitamos con la mirada todos los ahí presentes. Lo valioso de Hemingway es que entusiasma. Se supone que nadie debería tener ganas de morir, que el Cajón del Maipo es un lugar sobre todo mental donde retirarse a mirar. Se suponía que ese era el mínimo incluso de los juegos ajenos. Se llena tanto la vida, tan colmada de clichés valiosos que nos nublamos y desaparecemos. El amor es siempre actual y esta tarde. Estudiar en San Miguel y no vivir en San Miguel me provocó quizás una prescindencia irrecuperable.

jueves, 30 de mayo de 2019

La gracia es ser un grito sin gritar. Si se buscara eso, un caracol babeando ironía: un día de invierno donde nuestro padre nos rescató a la salida del colegio y las ganas de volver a sentir algo cercano a esa calidez total, algo que pasa a ser tuyo. Los que se construyen arrumbando papeles, ¡cuánto hastío hay en eso, y prevalecen! ¡Qué adulta soledad del que tiene mujer e hijos, qué afán el de ver hasta el final cómo se desenvuelven las cosas! La novedad de ser un convencido grito perdido al paso del tren de carga. El honor de ser uno mismo contra uno mismo. Y los caprichos de unos y de otros aceitando las ropas, anécdotas del cansancio. En la vida propia y en la vida de todos los que han existido, barajar sin rabia, sin experiencias cargadas. Algunos no soportan que los afanes se desvanezcan, pero sigue traspasándose el aire que respiran unos y otros.

jueves, 18 de abril de 2019

La vida arruina lo que podría escribirse y se ríe a carcajadas de lo escrito. Había, hay un poema de un poeta cómico de este país que cultivaba de manera voluntaria la rabia, un poema sobre por qué escribía. Habría que pagarle con la misma moneda y no escribir, no referirse sobre todos los aspectos envueltos en no escribir; son muchos, ganan, dejan helado, caliente, un poco quieto, un tanto revolcado. No recuerdo por qué el poeta neurótico decía que escribía, no quiero consultarlo de nuevo, nunca más. Al menos era poeta, nadie podría retirarle eso. Pero hay que decirle... por ejemplo... que... no, nada, que está bien. Mejor esto... Del lado de los buenos, de los que nos emocionan, hay muchos, por ejemplo Italo Calvino. Con él bastaría, él vivió y dijo un par de cosas, y qué manera de identificar la suerte con la vida, los libros con la tristeza radiante. ¡Qué compacta manera de sacar algo desde dentro y creer en el conjunto, qué armonía desolada! Así, no se trata de cuidar la vida para que coincida con el arte o que el arte se explique, no, no tiene caso, no es eso. Algunos podrían lamentarse, pero de lo que se trata es de detener el arte para que siga, después, quizás, tal vez luego, tal vez no. No tenemos más, al menos los que decimos "nosotros", escondidas algunas cosas lejos de nuestras narices. Detener la escritura para que siga. Confiar, desconfiar, confiar en el y los finales. Acariciar el telón, mirarlo y silencio.

jueves, 28 de marzo de 2019

La cuota racional de la semana aún no se completa. Pero de pronto estamos dos semanas después con un incipiente resfriado despidiéndonos hasta mañana con un colega, en la puerta del trabajo. No es tan inmediato mirar enfermo los objetos. Se agrandan las murallas y nos envuelven como una manta. O a esto van a parar todos los estilos: vivir ahora riéndose de toda afirmación en el discurso, pues hay vidas que son preguntas con patas para el resto. Cumplen algo de esa manera, pasan, caminan, zapatos en la estrecha vereda norte de avenida Matta. Hay existencias que en estos momentos siguen completándose, en el país. Y los comerciantes son astutos en lo suyo, pero ingenuos en el ámbito total y también en el microscópico. Las ferias de verduras cambian de sitio, a veces no están en la misma calle, en el mismo tramo de cemento. Los precios son azotes sobre los cuales es mejor pensar poco. No estamos en el inicio, pero ¿estamos al medio o al final?

jueves, 28 de febrero de 2019

La manera en que antes se transmitía el fútbol/ te lo digo/ es hoy un dulce velo/ la luz descendente que hoy se lleva la tarde a un nunca más/ donde la cortina metálica de la tienda deportiva/ se burla del muro de Berlín. /Era el mundo de los padres, el mundo de los niños que sentían/ quizás un tipo de borde no dramático/ los computadores que aun no llegaban/ las situaciones del verano, palabras. /El abrazo de hoy como en el pasado, tal cual/ y es esa la garantía/ el programa de radio porque sí/ los hilos de voz en medio de la distancia más atroz.

jueves, 31 de enero de 2019

Por suerte hablamos en el hospital del boxeador cubano Ortiz, en ese maldito lugar donde la vida se acerca a la muerte. Es hiriente trivializar el dolor y ahí los enfermeros te obligan a juzgar los semblantes; todo lo médico lo hace sin recato y los familiares resignan los insultos cerca de televisores encendidos. Por eso quizás extrañar de golpe por primera vez a Luis Ortiz se volvió reconfortante. Tener teléfonos vejestorios nos salva de guglear y entonces el delicado silencio nos incita. Al lado, desde la ventana veo un poco triste el hebreo campo de fútbol, llama la atención la publicidad circundante, ¿es necesario regar el pasto en la hora más calurosa? Al fondo la cordillera de los Andes deja, permite a lo lejos que reluzcan las construcciones de los adinerados, enormes vidrios. Nuestro cuerpo cabría muchas veces en ella, millones de veces. Desearía que Ortiz estuviera, sin nieve, entrenando en estos precisos momentos, haciendo manos, guantes, en cualquier gimnasio. Me gustaría que él cerrara esta impresión, este contacto, esta forma, una más, para sumarme al universo y seguir. Discretamente.