jueves, 25 de octubre de 2018

Lo mejor es al menos no reconocerse en lo escrito sino en el estado en que se podría escribir, en que se pudo escribir, fuimos capaces. El cansancio de los demás es una idea que debería dejarnos intactos, tal precios de bolsos. Los viajes hacia el médico durante la infancia quedaron en la memoria, no la consulta misma sino el trayecto anterior. Tampoco nada del camino posterior, el camino de ida sí. La mejor música se acoplaría con eso. Cuestiones individuales, impresiones en la periferia. Hijos marcados por la cercanía paterna, mecidos por el vaivén materno, la seguridad de tener abuelos, la inconsistencia de los primos. Hijos duros que ya notan mañana, tarde y noche. Hijos sin retórica, pero con historia, política y clima. E hijos de los demás, creciendo parecido, cerca siempre, regalando. Equivocarse, pero nunca desilusionado. Nunca defenderse, que los demás nos defiendan y si no lo hacen está muy bien, porque la cancha reglamentaria está disponible al lado del colegio, porque los cerros son el entorno milenario, porque Mariano Puyol, porque el apoderado haitiano saluda a todos sonriendo, porque el tiempo sigue traspasando su fuego a los cuerpos, porque hoy pienso en Luciano Carrasco, porque la puerta no ha sido derribada, porque la oscuridad nos permite quedarnos dormidos, porque porque porque porque, porque sí.