lunes, 8 de agosto de 2011

Gente afeitada




El comentarista deportivo va en el sentido contrario y otra vez no le hablo.
Como muchas otras cosas, no importa, lo que quiere decir que pronto le hablaremos.
Son días de pensar y pensar, bla bla bla bla buc, complacido, complaciente, lejos de las palabras, como tantos desconocidos pienso, en Porto, en Vigo, en Londres, en Rancagua, mapas.
Hay mendigos que sólo se vuelven visibles en la sensibilidad de la gran plenitud, ellos vuelven aunque ya no sea tema, ya no tenemos ocho años.
Es entonces de nuevo esta verdad: la felicidad está surcada del tedio y del dolor ajeno.
Es cosa de caminar por la calle, es incontrarrestable, la dura vida del lustrabotas por ej., etc.
Todo indicio de dramatismo, de generalización narcisista, se esfuma al divisar al hombre de las libretas y de las Pollas Gol. Qué alivio ver estas vidas con estilos comedidos contra la corriente!
Es un braceador, un remontador anímico, reaparece con abrigo azul!
Nada impide pensar que son poemas o frases cortantes lo que anota en esas libretas curiosas de amor, o su caballerosidad un código entre gente afeitada, nada.
Lo que sirve y lo que no sirve en el mismo rango, sin rarezas, sin sorpresa.
Una mala acción entre mil acciones agradecidas raspa, da para pensar, sin satisfacción, con una tirantez única: sólo pueden activarse las convicciones en el ejercicio de los mínimos.
El máximo deja mudo.
Y todas las deducciones están desbaratadas, como en una película que no nos funciona.
Así, mirar a la gente es recluirse.
Sólo reencontrar al libretero es provecho y preparación para la humilde sanación de cada hora.