viernes, 27 de abril de 2012
Hacia los Cerros y al Estero
Dejamos la casa de campo igual que otras veces, pero ahora era tras un tiempo donde la domesticamos saliendo hacia los Cerros y al Estero. Una semana y ya un lugar puede meterse dentro de la piel, plegarse a las junturas de los huesos.
Toda una semana para que pueda surgir una mañana en que miramos distinto y tener que partir...
Lo cierto es que la rutina de lo verde se junta allá con los cambios emocionantes del cielo.
Pero la peculiaridad definitiva, personal, es que los pomelos, los cítricos ya formados se quedaron en el árbol, en los árboles y el Viento.
En un par de momentos, al acercarse el día de la vuelta, no más que unos instantes, presenciar esos árboles pensando en todo el tiempo antes y después de verles; presenciarlos así resulta quimérico e insubstancial, pero placentero.
Pensar en el interior deshabitado de esa casa, la luz que entra y entra durante todo el año, la estructura de la chimenea que insiste, que insiste en sostener cada vez más.
Pensar en cosas así, un estilo de pensamiento descrito quizás en una pregunta como 'Quién puede sacar una conclusión desde una sola alfombra?' o 'Quién quiere probabilidad si tiene Sentimientos?'.
Contra toda evidencia, continuar en esa senda pues no es una senda, es un envión temporal.
Contra toda evidencia seguir en ese envión temporal.
Pero no todo es tan retardado todo el tiempo, aún, quizás.
Quedarse con maneras del campo en plena ciudad y reírse.
Tras una pregunta nos cuentan sobre la sobrevivencia de los conejos, de su acomodo a las parcelaciones humanas, de sus encandilamientos. Los Conejos van libres aún aquí.
'Ya no veo Loicas' no le digo a nadie, pues decenas de golondrinas disfrutan de los Eucaliptus.
El inventario de estos fenómenos y su magia es un sólido resultado anímico, cada vez más lejos de nuestra vaguedad, nunca alarmante.
Tenemos el derecho a considerarnos comunes, normales aparentemente, pues nadie prende fuego para luego no mirarlo o para que no sea visto o no cocinar o calentarse.
Hubo atardeceres dorados, oh, neblinas si se quiere religiosas al amanecer, arañas, el corazón recio y calmo.
La revelación cada día más poderosa: la imagen de las hojas, llegándonos rasante la masa de luz, retardamos, al fin, viéndola.
Y los Cerros, verdes, muy verdes, a un kilómetro poco más.
Cerros definitivos.
Para gente como nosotros, como le ocurre a cualquiera, viéndolos al fin, realmente.
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