jueves, 23 de agosto de 2012

Quedarse sin aparatos




Nadie quiere quedarse en blanco: si no tienen emociones, pugnan por provocar y provocarse risas.
Nadie quiere quedarse sin palabras, pocos lo soportan, quedarse sin aparatos.
Ir, venir, trasladarse: no es una cuestión de tener o no tener razón.
La tremenda nitidez de la ciudad tras el Viento y la lluvia puede tomarse como la sugerencia de una propia aclaración, tal vez.
La calma, la total ausencia de lamento en los amigos ocurren tal arboles y estacas generosas, marcando los meses.
Vamos siendo esto, actos graduándose unos con otros y chocando.
Quizás ya no se puede ser un seudo budista inconsciente del budismo teórico, un delicado budista metido en el tráfago post-moderno sin ser un poco cínico, quizás nunca se pudo.
Pero del mismo modo, nuestra voz, la voz que en la infancia se estremecía por el disfraz nunca hallado de Batman, nos insiste sobre el hecho que no hay gracia en lograr la verdadera vida furibunda fuera de todo, o de casi todo.
Lo que más sorprende si uno lo piensa: hombres de libros, hombres que han tocado mentalmente los misterios y que viven metidos en eso, no llevan vidas mejores que 'la masa'; sus exabruptos incluso son más grotescos, más mezquinos.
Restaurantes, ediciones lujosas, fotos, no los hacen considerar las cosas más profundamente.
Quizás ese fenómeno es freudiano de nuevo, ninguna sublimación permite la verdadera profundidad, la clara y ruda armonía.
Más poderoso es que nadie puede negar la posibilidad de parecerse cada vez más a los rostros que se repiten en el usual recorrido de bus. Durante treinta, cuarenta minutos rumbo al trabajo, rostros que ya casi se hacen señas, "sí, aquí de nuevo pues, así es la cosita", "frío, claro, los sabañones están en su salsa, ja".
Unos más pensativos que otros, pero todos silenciosos, es temprano, otro día, momentos largos de pensamiento dentro del Engranaje, sin nunca chistar.



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