viernes, 15 de julio de 2016
Leer sin mareo en trenes y buses: un adelanto corporal, renacuajo.
¿Y las ventanillas, las instrucciones, las muestras de cariño de los hinchas y los escolares? Siguen ahí, llanto artístico y sonrisas políticas.
Vivimos y deseamos al menos un par de veces
al año que nuestros familiares al otro del mundo tengan horas radiantes y ásperas como
las que tanteamos acá, una persona se nos cola adelante en la fila de los libros del Metro, moriremos Eternidad.
El Tiempo no nos enumera, sólo lo obligatorio según la economía imperante, o es lo que nos gustaría para nosotros mismos.
Más bien recordamos al profesor venerado, sacándose los lentes y restregando sus ojos, no sabíamos o sabíamos un poco y nos adelantamos.
Muerto muy pronto, a gusto de quienes le conocimos, recordado a tiempo... en última instancia es como si nosotros nos hubiésemos detenido en una virtud general, en unos vicios circunscritos que todos encontrarían cuerdos.
Pasamos de una cosa a otra, alguien habla de modernidad, luego silencio, subimos cerritos
en la impresionante ciudad natal.
Conocí un senegalés, lo recordé gracias a una película, el precio de algunos
vegetales se estanca, cosa no muy escuchada, mucha excusa y poca terquedad con fondo.
Libros baratos, el sol, pobreza, nuestra vida, la Universidad tomada, baratijas, lejanía y extrañeza frente a todo eso
que otros sienten y viven exactamente al revés.
En cambio, cerca, emocionante visión desde la galería anticuada hacia el oriente... una especie de país, una especie de forma
aún viviente en ciertas edificaciones...
Me rebaja el libro sin pedírselo y me dice Hermano, los dos sin mirar el amarillo oscuro
de la fachada, le agradezco.
Ahora escribo sobre él, y basta.
Antes pienso inútilmente, no sé si por primera o milésima vez, si vanagloriarse socialmente de la rabia
es fingirla.
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