martes, 5 de septiembre de 2017
Voy a confiar en los sonidos que puedan salir de mí, escalera de madera, es un mérito no nombrarte
sino al estar acompañado.
Pensaré también estar de nuevo temprano esperando la primera carrera en la gradería
de fierro y plástico, una luz.
Tocando el asiento con la columna y la ropa sin importancia.
Veré de nuevo sin duda, a pasos, muy alegre, que los hípicos confían en la hípica, pero también son los únicos que realmente en un torbellino desconfían de ella.
La hípica infunde su poder sobre sus fieles y ellos conocen los límites, los días, los colores y los estados de gracia.
Pocos se pasearon ingenuamente, muchos tenían su asunto en mente, el encuadre de la carrera siguiente...
la promesa de variación casi evaporada en el resultado, terminada en un minuto, minuto y medio.
No siguen en eso porque no tengan más de qué ocuparse y los vales son revisados por la persona del aseo.
Cuando llovía y pequeños supimos del gol postrero de la U contra Magallanes un sábado a media tarde, ellos ya estaban en el hipódromo.
Los dos equipos compartían categoría, ambos tenían arqueros fluctuantes.
Los dos públicos se encontraban en los accesos, nunca pensé en eso.
Es bueno pensarlo recién ahora... nunca pedir ir al baño, nunca pedir algo, estar bien
contemplando la cancha, la pista... los que se agolpan en la reja, quienes le dicen algo
al jinete, un improperio que es también un elogio, un deseo.
Y no marcharse o querer volver pronto.
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