jueves, 11 de julio de 2019

Cinco años de edad, día soleado, ha muerto mi abuelo, 1983. Me lo indica también el hecho de que hay gente en el salón de la casa un día de semana. El dato crudo del desmayo de mi madre, las puertas de la casa se vuelven más reales, no hay desesperación. Mi padre ha ido antes a sacarme al colegio, el interior del auto parece una guarida en comparación a las casas y objetos corridos por el movimiento, Fiat 147 beige. Se vuelve largo el trecho desde la bajada del auto hasta la baja reja del jardín. Vasos en las manos de las personas, palabras en voz baja, un recogimiento y un estupor verdadero, simple; trajes. Mi hermano había nacido ese año, no alcanzamos a mentalizar a Jorge, el papá de mi papá; yo lo viví desde lo emocional y él desde lo corporal. Su tumba luego, con una inscripción de Tagore, tomada desde las frases que Jorge anotaba. Más tarde aún había diarios, hojas con su letra, frases que le llamaban, en la casa donde vivió, Cerrillos, Divino Maestro. En las fotos no sé cómo describir o deducir su actitud. Me quiso, lo recuerdo cuando caen los días malos y la calma no nos traiciona. Recuerdo querer que reviviera, había sol y dictadura. "Soñé que la vida era felicidad. Desperté y vi que la vida no era más que servir… y sirviendo soy feliz". Tagore

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