lunes, 29 de septiembre de 2008

Catafau comienza a perder.



Supongo que el factor físico es el fundamento de los reveses que comenzaron desde nuestro segundo partido oficial.
Lo extraño es que ese partido lo tengo confundido en mi memoria con muchas otras derrotas, no recuerdo detalles de él, lo que recuerdo es que perdimos por tres o cuatro goles claramente.
El dato biológico ineludible era que jugábamos contra ex-alumnos, en un campeonato de ex-alumnos, siendo aún tiernos alumnos.
Las bases lo permitían, Don José y Care’Poeta mediante, la integración de la comunidad u otras importantes abstracciones actuando.
Ahí comienzan buena parte de mis dudas: formamos el equipo por ese campeonato o el equipo ya estaba formado?
La camiseta fue blanca o azul o algo cercano a la gloriosa negra de la segunda temporada?
El nombre Catafau fue un producto salival entre Genovés Boggiano y
Moscovita Cea?
El hecho tangible es que a nivel del curso jugábamos contra el equipo de ‘los buenos para la pelota’ en el marco del ramo de Ed. Física, casi siempre resultando vencedores.
Cuando se hacían las selecciones del curso para jugar contra otros dentro y fuera del colegio, rara vez nos tomaban en cuenta.
A lo más, me llamaban a mí, por nivel o por haber estado en la Escuela de Fútbol del colegio.
Yo pienso que esa era un poco nuestra identidad: sin ser ‘buenos’ para la pelota, funcionábamos, no éramos estrellas y nos importaba el partido y su resultado.
Eramos ‘jugo de pelota’.
A mi siempre me han irritado esos equipos de jugadores individualistas y falsamente virtuosos, esos tipos que no saben entregar la pelota y que parecen jugar solos, para bien y para mal.
Son los nihilistas del fútbol y nunca han leido a Federico El De Madre Polaca.
Yo, prefiero los equipos sacrificados, donde todo cuesta y donde es mejor perder buscando un gol en que todos la tocan (hacia adelante y rápido) que donde hay un tipo o dos que no entregan la pelota y se empecinan en un egoísmo muchas veces frustrante para el resto.
Por eso y hablando en general, prefiero mil veces el estilo no tan virtuoso, esforzado, de los argentinos que la facilidad arrogante y lúdica de los brasileños.
Nosotros no éramos ni del río plateado ni de la amazonía, los partidos se jugaban en San Miguel.
Eramos más pequeños, menos fuertes y más ingenuos que la mayoría de nuestros rivales.
Nos costaba hacer el primer gol y al ir a tratar de igualar o descontar nos pillaban de contra, todo un clásico.
Lo que me gustaba era una cierta tranquilidad que teníamos frente a los que nos sobrepasaban.
Nos hablábamos poco, pero bien en el transcurso del partido.
Rara vez experimentábamos con cambios experimentales de posiciones, era lo que había y no teníamos ni un cambio.
Luego, en el segundo campeonato ( o hacia el final del primero?), existía la variante de Roa.
Teníamos un estilo y no era el de la histeria.

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Braulio Musso.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Viejos púgiles.


En cuanto cantidad, hay dos maneras de escribir: a borbotones o como los viejos púgiles que se empeñaban en no perder golpes.
Los escritores que más admiro se acercan más a la segunda manera.
Sin embargo, escribir sobre esto, aun sea una línea, es actuar conforme a la primera.
Escribir sobre la escritura es casi siempre arrumbar palabras inútilmente.
Eso, claro, en el supuesto de pertenecer a los escritores profesionales, quienes tienen a su haber libros impresos, numerados y traficables.
Sin embargo, te invoco y te interrogo San Eulogio, Protector de los Inclaudicables Ingenuos:
Cuál es el estatus literario del formato computacional del blog?
Que las plegarias te impidan responder: ‘Ninguno’.
......
Braulio Musso

lunes, 15 de septiembre de 2008

Catafau: El Primer Triunfo fue un Espejismo.




El equipo se paraba y trastabillaba con Guille al arco (sí, él, al arco, en serio). En defensa, indistintamente recostados por izquierda o por derecha como dos buenos centrales, Cea y Márquez.
En el medio supuestamente de enganche (...) Erranz correteando y... arriba, nominalmente... de puntero... (sic)... Boggiano.
El esquema la verdad es que adolecía de problemas individuales de ejecución, pero más grave aún, no alcanzaba a ser un esquema.
Era sólo un posicionamiento... casi no habían funciones, no habían jugadas preparadas al avance.
Lo que sí habían eran incertidumbres.
Como se jugaba con un tipo al medio y otro arriba (por cierto, estamos hablando de baby-fútbol), siempre uno de los defensas debía subir a generar alguna jugada... casi siempre era yo... a veces con éxito y a veces con el resultado de un gol en contra.
Cea nos daba la ilusión de su altura y al menos no era de esos defensas que te sorprenden con errores infantiles inexplicables.
Tampoco se le íba a pedir que nos aclarara gambeteando un partido trabado, algo de las peras y de los olmos.
Bueno, arriba, sobre este chico Boggiano, podemos preguntarnos: es que era de aquellos de apilar jugadores o era más bien alguien que debía ser habilitado con mucha ventaja para que anotara?
Yo tengo mi opinión completamentamente formada a ese respecto.
Bueno, había que dejarlo solo, pero ojo: no era lento, pero tampoco era rápido...
Aún cuando me gritaban ‘baja de la motito’ al proyectarme por el lado opuesto al de Boggiano, ese arranque era una respuesta a la no respuesta a la hora de crear juego al medio o arriba.
A veces mi arranque partía desde bien arriba pisando el área contraria y sólo necesitaba esquivar a alguien para quedar con opción de tirar.
Recuerdo que en nuestro primer partido oficial (que ganamos, constituyendo un enorme espejismo para nosotros y para los organizadores del campeonato, no así para nuestros padres) quedamos tempranamente arriba con dos jugadas de esa índole: eché a correr la pelota abriéndome hacia la derecha para entrar al área sacándome a un mastodonte añoso y quedar con posibilidad de tiro con la derecha (la pierna): dos cero en dos jugadas calcadas recién iniciados.
Pero eso no era ni sería frecuente, pues jugábamos más preocupados de no equivocarnos atrás (Guille) y no quedábamos frecuentemente con varios hombres en ataque.
Lo de este... personaje, Erranz, era todo o nada.
Físico, no dosificaba, le faltaba la jugada precisa, le sobraba el correteo, pero lamentablemente no era un correteo táctico, era... correr y pinchar balones, en el mejor de los casos.
Al quedar náufrago arriba este genovés Boggiano, y me lo pregunto en el nombre de sus desconsolados y venerables padres, qué hacía?
Bajaba a cooperar, trataba de unirse a Erranz?
Yo tengo mi opinión completamentamente formada a ese respecto.
Se quedaba escondido contra una de las líneas!
Ni siquiera estoy seguro que haya bajado a cooperar en los corner en contra.
No recuerdo haberlo visto correr en actitud de sacrificio, era como un trotecito entrecortado, parecido a una mímica temblorosa que se hace frente al director del colegio cuando pequeño llegas atrasado.
Era un goleador que no hacía goles.
Ya el segundo partido de aquel campeonato de 1994 nos abofetearía la cara y comenzaría el lumbago eterno de Guille.
El espejismo del triunfo fue letal.
Pero esa es historia para otra entrega.

Braulio Musso.

lunes, 8 de septiembre de 2008

José Antonio Llamas.



Visité a don José Antonio Llamas una sola vez tras su retiro de la vida escolar (antes no había necesidad pues él siempre estaba al alcance de la vista o de la palabra, extrañamente dispuesto sin estar en el centro).
Aquella mañana hace alrededor tres años me sorprendí escuchándole hablar -en medio del trance de retiro que otros habían decidido sin él- sobre sí mismo y no sobre los campeonatos o sus alumnos o sobre la inexistencia física del frío (‘es una sensación de uno, no existe fuera de uno, no existe en el medioambiente’).
El siempre había sido una figura que una parte de mi persona insistía en admirar, sin palabras, incluso en sueños. Lo admiraba aún cuando, alumno de básica, me sumaba a las risas y burlas que se le dirigían por ser bueno, ingenuo, distinto.
Si el asunto se trata de recuerdos, tengo uno que resume a todos los otros: siete y media de la mañana o más, hasta el límite de las ocho, Ochagavía con Panamericana, don José en su bicicleta pasando entre los autos a veces atascados, pasando también al lado del de mi padre (el Fiat que luego fue chocado), quien me llevaba desde Maipú hacia el colegio de la Gran Avenida.
Más lateralmente, cada cierto tiempo algo en mí insiste en recordar la vez que por la rama de fútbol del colegio (la que me confirió parte de mi sociabilidad femeninamente exigente) viajamos a San Antonio por un fin de semana (ganamos comodamente, pero sin brillar).
El sábado en la noche debíamos visitar la planta industrial o las dependencias de la armada o ambas.
Caminamos a las nueve de la noche en invierno desde la plaza de Llo-lleo hasta aquel lugar, pero los tipos no tenían anotada en sus planillas tal extraña visita: un viejo español nacido en León y diez ‘alumnos’. Y ahí surge el recuerdo en toda su claridad, la actitud de don José: sin protestar nos dice que de todas maneras estuvo bien caminar a esa hora por ese desolado escenario post-industrial, la misma actitud cuando insistía de no reclamarle a los árbitros (‘ya cobró, ya fue, para qué seguir?’).
A fin de cuentas él no veía problemas donde los demás sí. El los veía en otros asuntos y, en todo caso, no como verdaderos problemas.
Recuerdo que nos llevó a jugar a la José María Caro, contra el parecer de un par de padres que no dejaron ir a sus hijos por el ‘peligro’ que los acecharía.
Recuerdo su irritación (enorme, pero razonada, moral) al hablar de la decisión de los colegios del barrio alto y de la universidad católica de no ‘bajar’ a San Miguel a jugar los partidos de vuelta contra nosotros. Perdían los puntos, no querían utilizar el metro, nadie sabía, pero ‘es culpa de los técnicos, de los directores, de los profesores de educación física, no de los alumnos’.
Hicimos de local durante años en la cancha de tierra al costado de la cancha principal donde hoy juega Palestino, en La Cisterna (donde jugamos sólo una vez perdiendo contra Barrabases uno a cero). Nunca se nos perdió una mochila, habían padres que vendían panqueques fríos y se les veía sonreír. No idealizo, era así, y no se me olvida pues no vi muchas cosas así después.
Tras salir del colegio, en los extraños años de la universidad, una vez lo encontré sentado esperando el comienzo de un film en el centro Montecarmelo, al lado del río Mapocho.
Le pregunté por el colegio pues nunca me sentí aprisionado en él. Sé que otros no se sintieron tan bien como yo en el colegio, pero no me puedo figurar sus experiencias.
No recuerdo qué me comentó, no mucho, todo seguía igual de bien y un poco menos mal.
Luego hice clases y fui colega de Don José. Su máquina de escribir seguía estando a un costado en la sala de profesores. Con ella tecleaba las circulares para los permisos, giras y campeonatos de las ramas deportivas mientras a veces yo leía el diario o corregía pruebas o utilizaba el solo computador alguna tarde de las semanas que se iban. La rama de fútbol ya no era lo que había sido, o a mí me gustaba pensar eso.
Pienso en él ahora pues lo recuerdo con una frecuencia que me sorprende.
Lo mejor es que no hay final pues él sigue vivo, no sé dónde tras su ‘alejamiento’, pero algo de su traza debe mantenerse incólume, por siempre.

Braulio Musso.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Enrique Zañartu


Encuentro revistas culturales de la universidad de Chile de los años 60 (más precisamente ‘El Boletín de la Universidad de Chile’) en la casa de campo de la viuda francesa de un pintor chileno.
Ediciones modestas, llenas de esperanza, no sé si demasiado valiosas en relación a la calidad de cada artículo, pero ahí está Vargas Llosa hablando de los prejuicios sudamericanos contra el escritor sudamericano que vive en Europa o Miguel Castillo Didier traduciendo a un poeta griego que ‘aún debe estar encarcelado’.
Se habla de los proyectos de los ingenieros de la RFA, de los poetas de la RDA.
Me son ofrecidas las que yo quiera, las revistas.
En una de ellas, hacia el final, la carta renuncia del rector, año 69, se comprende.
No están humedecidas ni maltrechas.
De aceptarlas, indicio de nostalgia desesperada o creativa?
Al menos estoy escribiendo sobre ellas mientras las nubes se desplazan hacia una lluvia improbable.
Por primera vez y de corrido escucho de Pink Floyd ‘A Momentary Lapse…’, del 87.
Demasiado tarde?
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Braulio Musso.